En el año 1990 emprendí un
largo viaje desde mi ciudad natal Caracas hasta la pintoresca ciudad de Mérida.
Mi objetivo era conocer y recorrer por primera vez los páramos orientales de la
Sierra de La Culata en los Andes merideños. El área recién había sido declarada
parque nacional lo que motivó a un grupo de profesionales de varias
instituciones del país a emprender una expedición para celebrar la existencia de
la nueva zona protegida. Yo era apenas un bachiller recién graduado que
comenzaba sus estudios en ciencias biológicas en la Universidad
Central de Venezuela y mi mayor interés era conocer de cerca el hábitat del oso
frontino; por ese motivo recibí la invitación del biólogo Edgard Yerena, quien para aquel entonces
desarrollaba importantes estudios enfocados en esta especie poco conocida.
Recuerdo que ese primer
encuentro con el ambiente andino estuvo plagado de referentes curiosos ya que
por aquel entonces estaba en boga el tema de las desapariciones misteriosas de
personas en los páramos merideños, muchas de las cuales les eran atribuidas a seres
extraterrestres y los populares “encantos” de las montañas. Aunque no creía en
ese tipo de fantasías, confieso que mi mente comenzó a jugar con mi seguridad durante la travesía por esos imponentes paisajes de aspecto lunar. Era
un mundo totalmente nuevo para mí, asombroso e intimidante. De aquella primera aventura
ya han pasado 24 años, pero la recuerdo vívidamente como si hubiese acontecido
ayer. Esa es la magia que envuelve a los páramos de la Sierra de La Culata.
Dado que el destino me llevó a
residenciarme en Mérida, he tenido la fortuna de recorrer muchísimas veces las
montañas de la sierra norte o de La Culata. En el sector aledaño al punto
carretero más alto de Venezuela conocido de Pico El Águila, y rebautizado como “Collado
del Cóndor” (a más o menos 4.100 metros sobre el nivel del mar), se puede
distinguir una muestra excepcional de los páramos orientales de La Culata.
Estos ambientes son el resultado de múltiples factores ambientales donde la
acción de antiguos glaciares dejó su huella en las caprichosas formas del relieve
a gran escala. El clima actual sigue ejerciendo una marcada influencia en estos
paisajes debido a las variaciones extremas diarias de la temperatura. La fuerte
radiación solar, las bajas temperaturas, las nevadas excepcionales, las lluvias
y el viento van esculpiendo constantemente las rocas y las laderas y condicionan la presencia de los seres vivos.
Algo que diferencia a estos
ambientes alto-andinos en relación a otros páramos venezolanos son sus suelos
arenosos, la aridez y la escasa vegetación. Estas características
dieron base para que fueran bautizados como “páramos desérticos”, sobre todo la franja altitudinal superior a los 4.000 msnm. Dicha
denominación se asociaría más con características bioclimáticas en lugar de
ecológicas ya que estos ambientes son también ricos en diversidad biológica. Algunas
formas de vida, sobre todo plantas, evolucionaron al punto de ser únicas de
estos ambientes, es decir, endémicas.
Durante los años 90 del
siglo XX, estas montañas fueron el epicentro de un importante proyecto de
conservación ambiental que procuraba el rescate de una especie en peligro
crítico de extinción en Venezuela: el cóndor andino (Vultur gryphus). Fue entonces cuando fui involcrándome más con este tipo de ambientes en la medida que participaba voluntariamente en diferentes fases del proyecto (educación ambiental y monitoreo de las aves). Aunque los resultados de
esa iniciativa no fueron tan alentadores al final, todavía en los páramos del sector de
Mifafí se mantienen unos cóndores cautivos en un área recreativa que sirve de centro educativo ambiental para visitantes además de ayudar a sostener la economía local.
Los páramos del sector
oriental del parque nacional Sierra de La Culata son una muestra excepcional y
única de naturaleza andina en el contexto continental. Si bien están protegidos por ley, siguen siendo objeto
de múltiples amenazas por parte de la gente, que van desde la ganadería extensiva, la cacería furtiva,
la minería ilegal (extracción de arena principalmente), aperturas de vías para
el tránsito vehicular en zonas de alta fragilidad y extracción de flora, entre
otras tantas. Por eso es necesario reforzar la protección de estos ecosistemas
únicos en el planeta. Su cuidado podría ir
acompañado, por ejemplo, al desarrollo de actividades turísticas responsables donde prevalezca
la contemplación y el respeto por la naturaleza y los estilos de vida
tradicionales de los asentimientos humanos locales.
Los páramos orientales de
la Sierra de La Culata son un auténtico tesoro natural, muy frágiles, insustituibles, escenarios de magia y misterio... En tributo a su
herencia natural aprovecho para compartir algunas imágenes que he captado durante diferentes visitas. Espero sean de su agrado. Haz clic sobre la foto que
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