Son las 6 de la mañana del 15 de Enero de 2012 en Cacute, un pequeño asentamiento humano en las altas montañas merideñas. Ya es hora de salir rumbo al bosque de San Isidro para visitar el reino del gallito de la sierra, una de las aves neotropicales más espectaculares por su aspecto físico y hábitos gregarios. En compañía del amigo y biólogo Andrés Orellana me dispongo a afrontar este nuevo reto fotográfico. Con dos horas de viaje por delante, la probabilidad de observar al gallito de la sierra es baja ya que su período de actividad matutina es precisamente durante las primeras horas de la mañana (entre las 6:00 y las 7:00 am). Sin embargo, la ocasión, la fe y el entusiasmo nos motivan a seguir adelante. El frio es intenso en esta veraniega mañana andina, el paisaje altimontano se muestra en todo su esplendor y hasta se podría parafrasear que todo se ve en “high definition” debido a la transparencia de la atmósfera. Transcurridas poco más de 2 horas llegamos a San Isidro en jurisdicción del estado Barinas.
Dejamos el vehículo en un punto del sendero y de allí caminamos a través de uno de los fragmentos de bosque estacional más exhuberante de la Sierra de Santo Domingo. Todo está en silencio ya que las tímidas criaturas siempre advierten la presencia de los intrusos, pero las menos evasivas comienzan a mostrarse para estimular nuestra admiración: bandadas de torcazas, diversas libélulas y decenas de mariposas de múltiples colores entre las cuales se cuenta la espectacular Morpho de color azul iridiscente, comienzan a revolotear cuando los primeros rayos del sol calientan las frías laderas boscosas. Algunos cantos de aves retumban en el aire y muchas revolotean en medio del cañón del río que divide la vertiente montañosa en dos laderas de pendientes bastantes pronunciadas. A la margen derecha del camino notamos el avance de la frontera agrícola, un mal incontrolable que paulatinamente está condenando el futuro de esta valiosa reserva biológica. Aunque resulte increíble, este tesoro natural está totalmente desprotegido a pesar de algunos esfuerzos para fomentar su protección legal… tal vez algún día cuando se acabe el bosque y su biodiversidad las autoridades decidan protegerlo…
Andrés Orellana se concentra en la observación de insectos y plantas ya que son su principal interés como investigador, mientras tanto yo veo todo a mi alrededor y me deleito observando cada detalle del bosque, los contrastes de luz a estas horas de la mañana y obviamente voy pendiente de observar al gallito de la sierra. No hay apuro, así que el paso es lento y seguro… En un punto del camino, logramos escuchar el sonido inconfundible de las aves que quiero ver… ¡es un buen augurio!
Durante sus exploraciones científicas por Venezuela, el zoólogo alemán Cristian Anton Göering quedó deslumbrado ante la belleza del gallito de la sierra cuando en 1873 visitó las cercanías de San Cristóbal, en el estado Táchira, y tuvo un encuentro fortuito con estas maravillosas aves. Su misión de colectar animales y plantas para el Museo Británico de Historia Natural en Londres, Inglaterra, lo motivó a cazar una hembra para dejar constancia de la existencia de esta especie en territorio venezolano. Göering dejó también testimonio de otro encuentro con los gallitos de la sierra en su libro “Venezuela el más bello país del trópico”, esta vez en territorio merideño: “Primero trepamos la sierra pelada que está a la izquierda de Lagunillas y pronto llegamos a una bella selva montañosa que está arriba. El camino era bastante bueno, yo pude saciar mi codicia de coleccionista y tuve la suerte de cazar el pájaro más bello que hay aquí, el gallito de las rocas (Rupicola peruviana). Su plumaje es de un rojo claro chillón y las alas en contraste son casi negras; la hembra en cambio lleva un modesto traje castaño”.
Aunque el mencionado registro ha pasado inadvertido por los ornitólogos de Venezuela, éste podría avalar el origen merideño de dos ejemplares machos enviados durante el siglo XIX al Museo Británico de Historia Natural por los señores Salomón Briceño Gabaldón y su hijo José Briceño Gabaldón. Por mucho tiempo el dato de origen de estos ejemplares siempre fue puesto en duda.
Un velo de misterio acompañó al gallito de la sierra (Rupicola peruvianus) en Venezuela por varias décadas y nadie volvió a notar su presencia en las montañas andinas del país. Fue en 1969 cuando el naturalista Paul Schwartz, dedicado al estudio de las aves y en particular de sus cantos, logró grabar la vocalización de los gallitos en el Cerro El Teteo al suroccidente del estado Táchira. Así mismo, durante los años 70 Schwartz halló el más reconocido LEK del gallito de la sierra en Venezuela localizado en el bosque montañoso de San Isidro, el cual se ha vuelto un lugar de interés para los observadores de aves a nivel mundial.
Una de las características más curiosas de estas aves son sus hábitos reproductivos. En tal sentido, grupos de machos adultos con su llamativa coloración naranja o rojiza, se congregan en lugares particulares conocidos como "LEK", donde se exhiben para atraer a las hembras y lograr su aceptación para la reproducción
Los machos adultos se reúnen en las altas ramas y al observar a una hembra emiten vocalizaciones, no musicales, que pueden describirse como un “uuong” explosivo, o bien un graznido. Las hembras permanecen ocultas en las ramas cercanas amparadas por su coloración críptica (marrón canela), que pone de manifiesto el marcado dimorfismo sexual en esta especie. Ellas anidan en barrancos rocosos cubiertos de musgos, a menudo en nichos de cataratas. Ponen generalmente dos huevos y los pichones son atendidos únicamente por ellas durante un período de 40-50 días. Se alimentan de frutas e insectos que buscan desde las ramas más bajas hasta las copas de los árboles. El nido, formado por lodo y fibra vegetal, es adherido a superficies verticales rocosas en grutas o debajo de rocas que sobresalen.
Sabíamos que la hora del día no nos ayudaba en la misión de observar al gallito, pero a las 11:00 am mientras Andrés ubicaba un lugar para colocar un señuelo y atraer mariposas, se quedó inmóvil señalándome a un gallito adulto macho en medio de la intrincada vegetación. Por suerte, yo tenía preparada mi cámara con el lente de 300 mm y cuando me dispuse a fotografiarlo, noté la presencia de un macho juvenil, que muy rara vez se dejan ver. ¡Qué maravilla, no lo podía creer!, ¡que golpe de suerte! Ver al gallito macho adulto era una gran recompensa por la hora, pero encontrar además a un juvenil era algo fuera de lo común, un privilegio sublime... Muchos observadores de aves invierten horas, días e incluso años y no logran observar a los gallitos machos en esta fase de su desarrollo debido a su comportamiento evasivo y coloración que los ayuda a pasar desapercibidos. Fue un breve instante que reivindicó mi fe en afrontar los retos difíciles y agradecer por lo resultados obtenidos. Luego de ese momento visitamos el lugar del LEK bajando una fuerte pendiente, pero solo logramos ver a algunos individuos adultos dispersos y a gran distancia. La próxima congregación de los gallitos sería al final de la tarde cuando el sol se desvanece y no podíamos esperar hasta entonces ya que además la luz natural no sería la mejor para hacer fotografías de calidad. Al terminar nuestra visita al refugio de los gallitos una fuerte lluvia nos acompañó de regreso al vehículo.
En la ruta a Cacute venía pensando que sería oportuno aprovechar la ocasión para intentar observar a los patos de torrentes, otras extraordinarias aves andinas a las cuales les he dedicado varias investigaciones. De esta manera, nos detuvimos en un punto del río Santo Domingo donde había registrado su presencia hace algunos años. Al principio no vimos nada; insistí en esperar y revisar un poco más y otra vez Andrés advirtió a una hembra posada sobre una roca en medio del río. Estaba muy distante incluso para el lente de 300 mm. Debía recurrir a la paciencia si quería fotografiarla. Yo sabía que en algún momento ella debía moverse y quizás llegaría a un punto más cercano. Así mismo, percibía que el macho debía estar oculto en algún lugar cercano ya que los patos de torrentes normalmente andan en parejas. Pasados unos minutos apareció el macho de color blanquinegro y la pareja se lanzó en medio del caudaloso río. Aunque la distancia y la luz natural no eran las mejores, me dispuse a tomar algunas fotos para no dejar pasar la oportunidad. De esta manera, logré hacer algunas fotografías interesantes para dejar constancia de ese encuentro. Contra todo pronóstico en un día logré registrar en fotos a 2 de las aves más fascinantes de la fauna andina. ¿Golpe de suerte?, ¿prueba de fe?, ¿intuición?... sólo Dios sabrá pero los resultados están a la vista. Espero que estas fotos te inspiren a salir un día a establecer contacto con nuestro maravilloso mundo natural. "Anda siempre con fe, que la fe no acostumbra fallar". Haz clic sobre la imagen que desees ver más grande.
Bosque de San Isidro, reino del gallito de la sierra |
Libélula o "caballito del diablo" |
Araña Opilionida |
Gallito de la sierra, macho juvenil (Rupicola peruvianus) |
Gallito de la sierra, macho juvenil (Rupicola peruvianus) |
Gallito de la sierra, macho adulto (Rupicola peruvianus) |
Viene la lluvia sobre el bosque de San Isidro |
Laderas nubladas del bosque de San Isidro |
Hembra del pato de torrentes (Merganetta armata colombiana) |
Pareja de patos de torrentes en el río Santo Domingo, estado Mérida |
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Excelente Denis! En verdad creo que supimos aprovechar el tiempo a pesar del palazo de agua después de las 3. La secuencia de fotos sin dudas es un resumen fiel de nuestra expedición "picnic"... y pensar que está a dos horas de la casa!
ResponderEliminarCiertamente Andrés, a veces creo que las excusas estarían de más cuando hay tantas cosas por conocer y por difundir sobre nuestra extraordinaria biodiversidad y cultura autóctona en Venezuela... Sin embargo, las circunstancias son así y solo los que podemos ver un poco más allá de la punta de nuestras narices somos afortunados de saber que este planeta bien vale la pena cuidarlo...
EliminarMuchísimas gracias José... ¡suerte en todo!
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